En esta entrada os presento el relato que presenté para el GT de Talavera. Un relato que me gustó mucho de escribir y con el que pude participar en un concurso de tan altísimo nivel. En el que los finalistas podéis oírlos en el programa 396 de La Voz de Horus y que ya os adelanto que no tienen nada que envidiar a los relatos oficiales de la ¨Black Library». Sin más dilación:

Empezó a notar una breve opresión en el pecho al dejar el vocoemisor en la mesa. Una serie
de contradictorios sentimientos afloraban desde su interior con fuerza. Orgullo, deber y honor. Pero
se entrelazaban con una sensación de caída en su estómago, una palpitación en la sien y una congoja
fuerte en su garganta.
El honor le volvía a llamar, sabía que eso pasaría, la ciudad colmena de Talavera Prime no
daba grandes treguas, y sin embargo, su vástago tenía ya cuatro años de edad y comenzaba a ser
consciente de sus ausencias. Negó con la cabeza, sus esfuerzos en la colmena harían que esta fuese
un lugar mejor para su hijo, que fuese un poco más habitable. No lo hacía por honor, no lo hacía por
orgullo, no lo hacía ni siquiera por el Emperador. Lo hacía por su familia.
Su mirada se perdió en el vacío. Una voz se abría paso a través de su cabeza “Lo haces por
honor, lo haces por orgullo, el castigo implacable a los desertores es solo una excusa. Siempre has
cumplido tu deber, y siempre lo harás. Es tu bendición, es tu condena”.
Intentó desterrar a esa voz de su mente “¿Era cierto? ¿Era mentira? ¿Qué guiaba sus actos?”,
tantos pensamientos tan contradictorios hacían que le doliese la cabeza. Escucho a Laila, su mujer,
hablando con su hijo en la habitación de al lado.
—Maldición —Susurró para sí mismo.
Era una pieza importante en su equipo de pseudoAdeptus Arbites, un pelotón de once
hombres que llevaban mucho tiempo trabajando juntos. A excepción de Tirus y Lerman que habían
llegado más tarde, sustituyendo a sus hermanos de armas fallecidos en el último motín. En el sector
dos, en el manufacturum de Chimeras.
En la ciudad colmena Talavera Prime, hacía tiempo que para controlar a la población la
Schola Progenium no daba abasto. Por lo que ya era casi habitual que veteranos del Adeptus
Astartes, que habían demostrado su valía se integraran en los equipos de alguaciles.
Su trabajo era peligroso y había visto a compañeros morir ya en multitud de ocasiones, sin
embargo, nada comparable al tiempo que pasó sirviendo cuando era más joven en el Astra
Militarum. Donde incluso llego a viajar a tres planetas diferentes, y a conocer horrores que si les
narrara a sus vecinos le tomarían por loco, o incluso le denunciarían por hablar en contra de la
voluntad del Emperador. Meapilas estúpidos. ¿Qué sabia un predicador de tres al cuarto de lo que
quería el Emperador? ¿Qué podía enseñar ese hueleinciensos que jamás había salido de la colmena?
Si jamás había sentido la tierra retumbar ante la carrera de una horda tiránida. Esos estúpidos no
habían visto un orko frente a frente. De hecho él siempre pensaba que vivía de prestado. Aquellos
Ángeles le salvaron la vida, con su armadura azul grisácea y esas pieles ornamentandoles y
dándoles un aspecto salvaje.
Nunca olvidaría como tras salvarle la vida y acabar la batalla, esos Guerreros del Cielo sé
sentaron con él y otros supervivientes que consideraron que habían peleado bien. E intercambiaron
comida y bebida. Había oído que los Ángeles eran tipos taciturnos y que jamás confraternizaban
con mortales. Pero estos reían, jaleaban y negaron con grandes aspavientos y terroríficas
advertencias su bebida al más joven de los supervivientes humanos, que tuvo el atrevimiento de
pedirles un trago.
Recordando esas historias no pudo evitar que una sonrisa bobalicona brotara en su rostro. Lo
que lo turbó aún más. Tenía todo lo que casi nadie en el Imperio podía soñar ¿De verdad echaba de menos el campo de batalla, el peligro, el olor a muerte? Apoyó la cabeza contra un frío espejo.
¿Cómo podía ser tan estúpido? ¿Era egoísta? La fría superficie luchaba contra los calores que
brotaban de sus mejillas y su angustia.
La información del sargento le recordaba más a su pasado que a su presente. Esto no era un
motín, esto no era un discurso herético de un charlatán con ganas de comer caliente sin trabajar.
Tenían que bajar a lo más profundo de la colmena y averiguar porque se había detenido la
producción y todo intento de comunicación era infructuoso. Los arbites allí destacados tampoco
respondían y ya hacían temer lo peor. La orden era clara, acudir al cuartel y pertrecharse ya. Alzó la
cabeza, se armó de valor y fue a hablar con su esposa.
Estaban ya montados en el vehículo, que les guiaba por las calles hasta el ascensor que les
llevaría a su destino. Unirse todo el pelotón era uno de los momentos más contradictorios de la
profesión de armas. Nada más encontrarse y comenzar a equiparse caras serias. Los veteranos
militares preocupados, y los más jóvenes que jamás estuvieron en el Astra Militarum asustados y
casi descompuestos. Sin embargo, a medida que se iban vistiendo parecía que el valor residía en su
equipo. Padil y Romous, los más elocuentes del grupo empezaron a hacer bromas. Los nudos en las
gargantas parecían desatarse, justo antes de subir al vehículo absolutamente cada uno de los once
hombres tenían cierta calidez en su interior. Y, sin embargo, si se respiraba cierta tensión. Hacía
mucho que ninguno se las veía tan cara a cara con lo desconocido.
—Sargento. La orden es clara, el camión os deja aquí. Suerte —Lo decía intentando sonar
convincente. Pero ese hombre de mediana edad tenía el miedo dibujado en su cara, y era demasiado
evidente que esa orden y la integridad del camión, eran el escudo perfecto para no exponerse ni
medio segundo más de lo necesario. El conductor era de una pudiente e influyente familia en
Talavera Prime. Llevaba más de trece años en el Adeptus Arbites ,y jamás había ocupado un puesto
que le llevase a la primera línea ni de detener a un charlatán hereje octogenario.
El sargento Portes dio la orden con cara de pocos amigos y el pelotón descendió. El camión
salió de allí tras dos rápidas maniobras, como si su conductor temiese que alguien pudiera ordenarle
que se uniese a la expedición. Tras un último briefing sobre el terreno, y confirmar que todos tenían
claro de qué escuadra formarían parte en caso de ser necesario dividir el pelotón, subieron al
ascensor. Ni siquiera sabían si habría amenaza, así que actuarían desde una posición preventiva. Sin
encarar las armas para evitar cansarse antes de tiempo, pero teniendo capacidad de responder a un
ataque en fracciones de segundo.
Tras un crujido y un desagradable ruido, el ascensor comenzó a bajar. Eran las 10:00 de la
mañana y desde donde estaban aún podían distinguir que los rayos de sol asomaban tímidamente.
Abriéndose paso entre los niveles más altos de la colmena. Sin embargo, el descenso los iba
conduciendo a unos callejones, en los que se diferenciaba si era de día o de noche, tan solo porque
de día la luz artificial era amarilla y estridente, y de noche roja y apagada.
Aurelius no pudo evitar pensar en su mujer y su hijo, a los que dejaba en esa parte mucho
más privilegiada de la Colmena. Se llevó la mano a un colmillo enorme, casi como un puñal, que
siempre llevaba desde que un Ángel llamado Olaf se lo regaló en aquella campaña. “En las
dificultades, encomiéndate a Russ y al Padre de Todos y vive y muere con honor” Le dijo con una
voz grave y solemne justo antes de dar un sonoro sorbo a esa misteriosa bebida que eran tan
cuidadosos de no compartir.
La sacudida del ascensor al llegar a su destino le sacó de sus pensamientos. Salieron al callejón y todo estaba demasiado tranquilo. Incluso había algunas personas tiradas por el suelo
aparentemente mendigando. Al tomar posición al frente, lo primero que notó es una humedad
asfixiante, al igual que un fuerte olor a orín. Los insectos se movían a toda velocidad cuando eran
alumbrados por las linternas, mientras el pelotón escudriñaba los lugares que los focos artificiales
dejaban más oscurecidos.
La basura se acumulaba aquí y allá, muchos de los focos sonaban con un zumbido
sorprendentemente fuerte. Uno de los bultos en el suelo empezó a parlotear con vehemencia.
—Los de arriba, los de arriba, se atreven a bajar
—Identificarlos a todos, aseguraros de que no llevan armas —Ordenó el sargento
rápidamente.
En tres grupos de tres se fueron aproximando a los bultos mientras el sargento con un
binomio supervisaban. Sin demasiados miramientos comenzaron a destaparlos, revisarlos y si
llevaban ropas holgadas, quitárselas o cachearlos. Aurelius escucho un golpe y a la voz anterior
gritar. Inmediatamente sabia lo que había pasado. Los métodos de los Arbites nunca le gustaron,
pero esto era una ciudad colmena en la que demasiada gente quería matarte, la mano dura, los
golpes y algún disparo rápido les habían salvado la vida muchas veces. Era un tributo que pagar
para sobrevivir en un mundo tan hostil. Todos lo asumían como necesario y aunque en su escuadra
no había nadie especialmente sádico, sabía de otros equipos que eran tan terribles como los
criminales a los que combatían.
Rápidamente y de forma muy efectiva estuvieron todos registrados, no se encontró ninguna
amenaza para el pelotón, pero ya estaban todos completamente empapados. Esa humedad hacía que,
lejos de ser un alivio el descenso de altura, para la capacidad cardiopulmonar de la unidad, todos
estuviesen ya agotados. El sudor les caía a gotas, les obligaba a todos a retirar las protecciones
oculares porque se empañaban e impedían la visibilidad.
Avanzaron en silencio escudriñando hasta el último rincón. Cuando se habían acostumbrado
al nauseabundo olor de los niveles inferiores de la Colmena, un cadáver parcialmente enterrado en
la basura, una acumulación de algún tóxico sin identificar o cualquier otro estímulo más intenso les
golpeaba sin piedad, activando las terminaciones nerviosas de su nariz y levantando en ellos arcadas
y un profundo sentimiento de rechazo de estar allí.
Exceptuando a esos vagabundos y alguno más, la colmena estaba prácticamente desierta.
Podía parecer insólito en una de las estructuras más pobladas del Imperio de la humanidad, pero a
ellos solo les levantaba una ligera sospecha, pues los del turno de noche deberían estar durmiendo y
el grueso de la población deberían estar contribuyendo a que el engranaje de la industria imperial
siguiese su implacable curso.
El primer destino era claro. El destacamento de los Adeptus Arbites. El mapa holográfico les
guiaba y ellos se movían como un solo hombre cubriendo con la mirada todos los sectores. Sin esa
ayuda tecnológica introducirse en esos niveles de la ciudad colmena era un completo suicidio, las
calles eran estrechas, las puertas de los pisos de los obreros todas prácticamente idénticas. Los
pocos comercios que encontraban podían servir de referencia para el más observador, pero también
eran extremadamente parecidos unos de otros. Las luces solo se diferenciaban en tres tipos, las
encendidas, las que parpadeaban y las que directamente llevaban apagas desde solo el Emperador
sabe cuando.
—¡Sargento, miré! —Padil era el encargado de, con una tinta luminiscente ir marcando el camino que estaban siguiendo y justo al ir a pintar sobre una pared vio una inscripción y un dibujo.
— Adade – Leyó el sargento en voz alta, lo cual no significaba nada para ninguno de ellos,
sin embargo, al lado se veía una balanza símbolo de la justicia pintada en rojo. La particularidad es
que la sostenía una silueta muy mal dibujada, pero en la que se podían apreciar cuatro brazos y
varias prominencias puntiagudas
—Estad Listos.
El pelotón se aferró a sus armas y escudriño todos los rincones que estaban a su vista.
Aurelius se comenzó a sentir muy incómodo y volvió a sentir ese nudo en la garganta. Un recuerdo
fugaz de esas terribles criaturas le vino a la mente. “¿En el corazón de la colmena? ¿Sin ataque
orbital? No puede ser ¿Verdad?”
—Esos bichos no iban por ahí pintando paredes —Dijo en voz alta haciendo que su binomio
diese un respingo y se diese la vuelta interrogándolo con la mirada.
—¿Tienes algo que decir Aurelius?
—No mi sargento.
—No se distraigan —Murmuró el jefe visiblemente alarmado.
Anduvieron unos pasos más con los sentidos exaltados. Tras tres portales había un comercio
en el que trataron de entrar, la puerta estaba cerrada, pero tenía dibujado una criatura alada con un
cuello y una cola exageradamente largos.
—Padil, haz una marca para registrar este lugar cuando averigüemos qué ha pasado con el
destacamento.
—A sus órdenes —Dijo casi al unísono que se apresuraba a cumplir la orden, conforme
hubo terminado todos se pusieron de nuevo en marcha.
Las gotas de sudor resbalaban por las cejas de Aurelius, provocándole un escozor en los ojos
y haciendo que la luz artificial amarilla y estridente se deformase, restándole visión. Se limpió con
el antebrazo, e hizo un esfuerzo por tomar una gran bocanada de aire, que le supo a cerrado,
abandono y podredumbre.
Tan solo cien metros les separaba del destacamento y tras girar una esquina oscuridad total.
Justo delante de ellos debía estar la base, pero las sombras eran densas, casi con personalidad
propia. Y sin embargo, si veían que en la pared que quedaba a su espalda, sin dudas disparados
desde donde deberían estar sus compañeros, había impactos de fusil láser e incluso de cañón bolter.
Las linternas no llegaban a alumbrar la fachada de su destino, así que hicieron una burbuja
de seguridad e intentaron llamar al exterior. Nadie respondía. Era como si un manto cubriese esa
zona y lo aislase. Aurelius estaba arrodillado en su puesto de la burbuja, ahora si encarando su arma
hacia una posible e invisible amenaza. Parecía que las sombras del callejón por el que habían
venido se agrandaban cada vez más, por un momento estuvo a punto de informar que algunas de las
luces se habían apagado. Pero justo antes de equivocarse pudo darse cuenta de que era su cerebro.
Estaba sufriendo cada vez más una visión túnel en el que los callejones, las esquinas y las montañas
de basura cambiaban de forma y se distorsionaban para presentar peor iluminación y formas
amenazantes que no existían. Cerró los ojos un instante y tomó aire. El ser consciente de lo que le estaba pasando devolvió su sector de protección a la normalidad.
Tras lo infructuoso del intento de comunicarse con el exterior, el sargento ordenó acercarse a
ver si había supervivientes. El pelotón se adentró en la oscuridad. Aurelius conoció hacía tiempo a
un veterano que había estado allí destacado. Así que cuando su linterna iluminó un cartel de uno de
los pocos sitios en los que allí se podía comer decentemente, sabía que estaban junto a la puerta de
la base. “Los Tinajones de prometio” y debajo, en una especie de pizarra escrito “Donde recargar
tus reservas” Sin duda un lugar destinado a sus desaparecidos compañeros.
En la puerta del destacamento parecía que había habido una explosión. El bolter pesado
estaba allí con su trípode, tan dañado que sería imposible ya repararlo. El operador del arma se
encontraba a unos cuatro o cinco metros, con trozos de metralla por todo su cuerpo y media cara y
un brazo quemados. Ya en la entrada había dos arbites más que sin duda habían muerto por la
explosión. Pero lo más inquietante, es que en el pasillo que se dirigía a los corazones de las
dependencias había dos compañeros más muertos. Pero estos desmembrados, como ningún arma
blanca sería capaz de desmembrar. No al menos empuñada por un humano. Las paredes estaban
llenas de pintadas parecidas a las que vieron anteriormente en la calle.
“Nuestros salvadores vendrán”, “El emperador de cuatro brazos es compasivo”, “Ellos nos
observan”. Eran algunos de los mensajes que se podían leer en la pared. El sargento ya había visto
demasiado. Tomó pruebas gráficas de todo y dio la orden de evacuar al ascensor.
—Romous haz intentos de contactar con base cada 3 minutos. Todos, en marcha, hay que
informar de este ataque a la autoridad del Emperador. Romous tú irás en el centro del pelotón.
Todos comenzaron a moverse con más prisa con la que vinieron. Al salir de las
dependencias, la tenue luz del callejón por el que habían venido parecía que estaba a cien
kilómetros en lugar de a cien metros, pero el agobio no les iba a sacar de allí, moverse rápido sí.
El nivel de alerta evidentemente se había disparado, todos encaraban sus armas hacia las
sombras, cubriendo hasta el último rincón. Llevaban mucho tiempo trabajando juntos y Aurelius y
otro veterano cogieron la vanguardia. Andar rápido y con fluidez, sin detenerse, pero sin permitirse
el lujo de correr y manteniendo la disciplina. Llegaron al pasillo iluminado, ahora solo tenían que
seguir las marcas que había dibujado Padil.
Las montañas de basura ahora proyectaban sombras amenazantes cada vez que eran
iluminadas por las linternas, un enorme y desagradable insecto provocó que el más novato del
escuadrón disparase su escopeta. A lo que el sargento respondió con un golpetazo en el casco.
Entonces lo oyeron, Aurelius notó que entre el sudor, el bochorno y esa desagradable
sensación de ahogo se abría paso una sensación de frío que le helaba la sangre. Una multitud de
pasos que se dejaban oír incluso sin estar a la vista y que provenían de derecha e izquierda.
—No se detengan ante nada. Alguien debe informar arriba —Dijo el sargento
apresuradamente como si temiese que sus palabras se vieran interrumpidas por un ataque. Pero eso
no ocurrió. Solo las laberínticas calles y el calor húmedo parecían acompañar a esa muchedumbre
que aparentaba correr a ritmos sobrehumanos.
Un giro. Otro. ¿Esa puerta ya la he visto? No, estamos siguiendo las flechas y lo estamos
haciendo bien. Otro disparo innecesario que se escapa y un grito maldiciendo del sargento a la vez
que otro golpetazo. Izquierda, recto, derecha, recto. Se siguen oyendo los pasos a la carrera por
todos lados. ¿Qué es esa silueta? Solo es una sombra, maldición. ¿Estarás bien Laila? Quiero que acabe esta pesadilla. Pero me siento vivo, como hacía años que no me sentía. Debo centrarme.
Atención.
Otro giro, la vanguardia se asoma encarando las armas con una precisión milimétrica. El
ascensor. Ochenta metros, lo hemos conseguido.
El pelotón sigue avanzando con los corazones acelerados. Atentos a todos los sectores pero
con el objetivo a tiro. Ya están casi, pero algo parece que no va bien.
El pelotón alcanza el ascensor y algo no encaja. Si la vanguardia no fuese de dos veranos del
Astra Militarum seguramente hubiesen muerto todos en ese momento. Un pequeño hilo recorre la
entrada, Aurelius manda detenerse e informa al sargento.
—Es un explosivo, no hay duda. —El ruido de los pasos a la carrera es más intenso. La
atmósfera asfixiante les abraza sin piedad.
—Haced una burbuja y preparar las armas. Padil consigue esa comunicación ¡Ya!
El pelotón vuelve a tomar posiciones. Aurelius respira hondo, esta vez no permitirá a la
colmena que cobre vida en su mente, acaricia el colmillo que le regalo Olaf, y comprende que no
está ahí obligado, está ahí porque no sabe vivir de otra manera.
—Por Russ, por el Padre de Todos.